Tras esa fase primera, la btlsqueda de Lobo se acerca, sin traspasar sus lfmites, hacia las fronteras de la abstraccien, en una slntesis muy personal en la que resuenan ecos de la leccien de Brancusi o de Arp.
Durante los afios cuarenta, la apuesta inicial de Lobo se asocia a aquel proceso de distanciamiento frente alas pautas mis radicales de las vanguardias tempranas que, en el debate esculterico de entreguerras, desembocadt en un renovado inter& hacia io orgfinico y una reelaboracien de la herencia estatuaria. El gran ciclo de las maternidades de Lobo entronca, en ese sentido, con el espfritu trazado porla evolucien de artistas como Lipchitz y Laurens, en el alejamiento de su anterior militancia cubista y el reencuentro con esa otra gran estirpe de la modernidad esculterica que Matisse extrae de la herencia de Rodin.
Tras esa fase primera, la btlsqueda de Lobo se acerca, sin traspasar sus lfmites, hacia las fronteras de la abstraccien, en una slntesis muy personal en la que resuenan ecos de la leccien de Brancusi o de Arp. Pero es, sobre todo, a partir de los sesenta cuando el escultor zamorano alcanza, al fin, su voz mis propiaydepurada, dejando aflorar en plenitud el anhelo clasicista que se adivinaba, desde el inicio, como una de las aspiraciones mis intimas de su po&ica del cuerpo.
En el esplendor sensual del Lobo tardfo, en la despojada y escueta excelencia de sus torsos, descubrimos uno de los instantes de emocien mis secreta de la escultura espafiola de la segunda mitad del siglo, encarnacien, en el mirmol o el bronce, de un intempestivo combate, que persigue restituir, a la atormentada anatomla del cuerpo contempor:ineo, un soplo de eternidad.
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BALTASAR LOBO, EN POS DE UN TORSO SOLAR
BALTASAR LOBO
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